Apaga y Vámonos

El lunes, a las 11:47 de la mañana, se apagó el mundo. 

No hubo explosión, ni película de catástrofes, ni invasión alienígena. Solo un zumbido que se calló. La nevera dejó de ronronear, el WiFi se convirtió en leyenda urbana, y nuestras pantallas esas que no nos sueltan ni cuando vamos al baño quedaron más negras que nunca. 

En cuestión de segundos, volvimos a ser humanos en bruto. Sin filtros, sin gifs, sin Google. Los ascensores se detuvieron en silencio como en una obra de Beckett, los semáforos titilaron su desconcierto, y la ciudad, por primera vez en años, pareció recordarse a sí misma. 

Al principio fue el caos: caras que no sabían qué hacer sin el dedo deslizando en vertical. ¿Cómo se mira el tiempo sin app? ¿Cómo se llega a un sitio sin mapa digital? ¿Cómo se habla… sin emojis?

Pero luego, sucedió lo raro. Lo extraordinario. 

La vecina de enfrente parecía un holograma de carne y hueso salió al rellano con una vela encendida y una sonrisa tímida. En la calle, un grupo de adolescentes, desarmados sin TikTok, se sentaron en círculo y contaron historias como si fueran sus abuelos. Las tiendas apagaron sus luces pero abrieron sus puertas. En los bares, el camarero se olvidó del datáfono y te fiabas. Así, sin más. 

Por unas horas, nos encontramos. En la mirada, en la voz, en la lentitud. Y aunque muchos suspiraban por el regreso de la corriente, otros, en secreto, sintieron una punzada de nostalgia por algo que no sabían que habían perdido: la pausa. 

El apagón fue breve, pero bastó para desnudar nuestra dependencia y poner en evidencia nuestra fragilidad eléctrica, emocional y social. Un recordatorio incómodo de que, si se cae el enchufe, se tambalea el sistema. El económico, el tecnológico… y el humano. 

Volver a la luz trajo alivio, sí. Pero también una pregunta que nos acompaña desde entonces, pequeña, insistente, como una vela que se niega a apagarse del todo: 

¿Quiénes somos cuando todo se apaga? 

Apaga y vámonos, Pero no huyamos. Solo detengámonos un segundo. Respiremos sin WiFi. Miremos sin cámara. Vivamos sin enchufe. Aunque sea un rato. Aunque sea hasta el próximo apagón. 

Porque quizá ahí, en esa versión analógica de nosotros mismos, esté el código fuente de lo que de verdad importa.

Texto: Gustó

Ilustración: Gustó

Scroll al inicio